Texto de Giulio Carlo Argan
En 1937 la situación política se encontraba en un momento de
ruptura. Tras haber tolerado el amenazador rearme alemán y el golpe de fuerza
italiano en Etiopía, las democracias burguesas asistían inertes a la tragedia
española. Sabían que el triunfo de la reacción significaría el fin de la democracia
en todo el mundo pero, por otra parte, temían acelerar el proceso
revolucionario de las clases trabajadoras. En aquella turbia atmósfera de miedo
e indecisión se abrió en París una gran Exposición internacional dedicada como
siempre al trabajo, el progreso y la paz. España participaba en ella con
intención política; quería invocar la solidaridad del mundo libre, demostrar
que su proyecto suponía el desarrollo de la democracia en una país socialmente
atrasado, advertir a la opinión pública que la guerra española podía ser el
principio de una tragedia mundial.
Una de las paredes del pabellón español (que era obra de dos
arquitectos racionalistas: Sert y Lacasa) la tenía que ocupar un mural de
Picasso, el pintor español ya entonces aclamado como genio artístico del siglo.
Hacía tiempo que Picasso se había definido políticamente, pues el año anterior
había colaborado con la propaganda republicana por medio de dos seres de
grabados. Parece ser que para el pabellón español de parís había pensado en una
composición alegórica. Pero en abril se extiende la noticia de que unos
bombarderos alemanes han atacado la vieja ciudad de Guernica sin otra intención
que la de sembrar el pánico entre la población civil. De repente, Picasso
decide que su obra será la respuesta a la atrocidad de aquella matanza. Nace
así, en unas pocas semanas, Guernica, el único cuadro histórico de nuestro
siglo. Digamos enseguida que Guernica no es una cuadro histórico porque
represente un hecho histórico. Es la primera y decidida intervención de la
cultura en la lucha política; Picasso responde a la destrucción creando una
obra maestra. Desde aquel momento, y con Picasso a la cabeza, los intelectuales
ejercerán una firme presión sobre los gobiernos democráticos para inducirlos a
defender la democracia. No es exagerado afirmar que, en nuestro siglo y en
relación con una problemática histórico-política, Guernica tienen la misma
importancia que tuvo , en relación con la problemática histórico-religiosa, del
siglo XVI el Juicio Universal de la Capilla Sixtina, la obra con la que Miguel
Ángel interviniera con la autoridad de un genio en el problema más candente de
su época, al sostener la tesis católica de la responsabilidad contra la
protestante de la predestinación.
Picasso tienen una visión lúcida de la situación. La matanza de
Guernica no es un episodio de la guerra civil española sino el principio de una
tragedia apocalíptica. No describe ni representa el hecho, como hiciera por
ejemplo Delacroix en la Matanza de Scio. No recurre a acentos oratorios,
dramáticos ni patéticos. No supera la realidad histórica con una visión
simbólica o alegórica. Todas estas soluciones habrían llevado a una
representación quizá fuertemente emotiva, pero sustancialmente evasiva o
catártica. Picasso no pretende denunciar un delito y suscitar indignación y
piedad sino hacerle ver el delito a la conciencia del mundo civilizado y
obligarle a juzgar y decidir. El cuadro no tiene que representar ni significar
sino desarrollar una fuerza imperativa; y la fuerza no tiene que surgir del
sujeto ni del contenido (ya que todos lo conocen, pues es un suceso
sobradamente comentado) sino de la forma.
En Guernica no hay color; sólo están el negro, el blanco y el
gris. Queda excluido que Picasso se sirviera de la monocromía para darle al
cuadro una tonalidad oscura y trágica; todo es claro y las líneas marcan con
decisión los planos destinados a colmarse de color, pero el color no esta, se
ha ido. Queda excluido que la monocromía sirva para acentuar el efecto
plástico-volumétrico, pues el relieve no está, se ha ido. El color y el relieve
son dos cualidades con las que la naturaleza se da a la percepción sensorial,
se da a conocer. Eliminar el color y el relieve es cortar la relación del
hombre con el mundo; al cortarla ya no hay naturaleza ni vida. En cambio en el
cuadro hay muerte; no está representada con los rasgos de la naturaleza o de la
vida porque esa muerte no es el término natural de la vida sino su contrario.
El arte es inteligencia de la vida como naturaleza, civilización e historia:
éstas son las cosas que la violencia mortal arranca del mundo, suprime. Al
matar a los ciudadanos de Guernica, los aviadores alemanes mataron a la
civilización. Entonces, todos los ciudadanos del mundo tienen que elegir: no se
puede querer a la vez la civilización y el nazismo, como tampoco la vida y la
muerte.
Naturalmente, un artista no pronuncia un juicio tan decisivo ni
pone al mundo ante un dilema tan perentorio a menos que sea consciente de su
propia autoridad moral y del significado histórico de su propio gesto. La
visión de Guernica es la de la muerte en acción: el pintor no asiste al hecho
con terror y piedad (los términos de la representación según Aristóteles) sino
que está dentro del hecho; no conmemora ni compadece a las víctimas sino que
está entre ellas. Con él muere el arte, la civilización cuya finalidad era el
conocimiento y la inteligencia plena de la naturaleza y de la historia.
Guernica tienen el esqueleto del cuadro histórico-clásico , y decimos el
esqueleto porque precisamente porque el arte clásico, con la plenitud de sus
formas y el esplendor de sus colores, está muerto. El cuadro está compuesto
como un Rafael o un Poussin: hay simetría, perspectiva, gradación de valores y
ritmo creciente de acentos. Simetría: el eje medio de la pared blanca, los
pilares verticales del toro a la izquierda y la figura con los brazos
levantados a la derecha; perspectiva: las figuras de los caídos del primer
plano, los planos en perspectiva del fondo, el biselado de la ventana;
gradación de valores: la alternancia de los blancos , los negros y los grises;
ritmo creciente: desde el acento notablemente oratorio del caído que aprieta
en su puño la espadadota hasta el
relincho lacerante del caballo herido de muerte. Pero al orden clásico
superpone una descomposición formal de tipo claramente cubista; un lenguaje,
pues, netamente moderno que el mismo Picasso había creado treinta años antes.
Recordemos Les demoiselles D´Avignon: por vez primera un cuadro no
representaba un espacio en el que ocurría algo, sino que era un espacio en el
que algo estaba ocurriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario